martes, 3 de julio de 2012

EL TIEMPO DE LA LUNA




El plenilunio marcó el comienzo de la cuenta atrás para el pueblo; hasta entonces, solo los niños habían creído las historias del loco Max. Esa noche, sin embargo, la sibila tuvo la visión.

Nacida con el don de la presciencia, Kyrin era considerada una deidad. Su voz predecía la lluvia, la sequía, la hambruna, la época fértil. Con los años se había convertido en la única persona imprescindible para la comunidad. Los integrantes del Concilio cambiaban, pero ella permanecía. Nunca había errado una profecía, jamás los dioses habían jugado con su entendimiento. Por ello, cuando les expuso el sueño, los gobernantes se estremecieron.

Es noche cerrada, mas no reinan las tinieblas. Una luz antinatural nos envuelve. Hay muros que semejan hematites al reflejarla. En los establos los caballos relinchan y piafan, inquietos. Algunas casas están cerradas con tablones y cerrojos improvisados en ventanas y puertas. Sé que hay familias dentro, en silencio. No obstante, la mayoría de los habitantes del pueblo nos encontramos en la vía principal, agrupados y dispuestos a huir presurosos hacia la capilla de la falda de la colina. Al otro extremo, en la empalizada, los guerreros que han sobrevivido a las batidas se encuentran armados y en formación. También el alcalde y sus notables se hallan al raso. Nadie duerme. Todos esperan. La claridad se intensifica, helada como el corazón de la luna que la pare. Como los ojos del monstruo.
El tiempo ha perdido su significado. Pueden haber pasado minutos u horas. Pero nadie duerme. Y todos esperan.
Entonces se oyen chillidos; provienen del ganado que se encuentra en los pastos circundantes. Los alaridos se vuelven casi humanos y nos despiertan de nuestro estupor. Por encima de la matanza se escucha un rugido que llena la vía de expresiones aterrorizadas. Es el sonido que debe escucharse al cruzar el umbral del infierno.
Los guerreros se preparan; los demás retrocedemos.
Por qué nunca escuchamos al pobre loco...
La criatura que se para en la zona exterior de la empalizada pertenece a la esencia de las pesadillas.
Recuerda a un lobo, pero su cuerpo es más corpulento, oscuro como las sombras. Llamas argénteas ocupan las cuencas de los ojos. Las fauces son descomunales y todos sus dientes- más que los que cualquier criatura creada por los dioses debería tener- son colmillos. Su lengua supura ácido y espuma. Contemplarlo es suficiente para abjurar de la bondad de la naturaleza.  Los demás no logran verlo. Yo sí. Los soldados también. Uno reza. Otro maldice. Otro se orina. El más joven no resiste y abandona la posición. El engendro gira pesadamente en un círculo de polvo. No existen palabras para describir sus garras.
Max lo llamaba el Úlfhéðinn, el que devora hasta que termina el tiempo de su luna.
La bestia ataca.
Nuestros hombres se defienden con inútil bravura. Los mata uno por uno. Hay sangre por todos lados, miembros cercenados, cabezas separadas del tronco, tripas fuera de los cuerpos. Después de destrozarlos, se alimenta de los despojos. Jamás olvidaré sus gritos. Lloro. A mi lado se desmaya una mujer.
Termina el festín. Nos mira desde profundidades cósmicas. Avanza lentamente hacia nosotros.
Corremos despavoridos hacia la colina, tropezando unos con otros, sin respetar el plan de huída.
Mientras huyo, sé lo que está ocurriendo. Es mi don, mi maldición. El Úlfhéðinn, sin un rasguño que denote la lucha anterior, embiste las fachadas de las casas, vírgenes temblorosas. Derrumba paredes a su paso, no lo detiene ni la madera ni la piedra. Los que allí se guarecían intentan escapar, mas son cazados. La carnicería continúa.
Los demás ya estamos en sagrado. La capilla es el edificio que multiplica la luz; todo su exterior está cubierto con vidrieras cortadas con torpeza, desde los cimientos hasta la torre. Cristales fabricados de una aleación de plata.
En el momento en que atrancamos la puerta y sentimos la proximidad del demonio sabemos que esos cristales son nuestra única salvación...



Cuando terminó la sibila, el Concilio se apresuró a debatir soluciones. Hicieron venir al loco, vestido con harapos y cargado de sus inseparables saquillos atados a los calzones. Paseó la mirada con inquietud, retorciendo las manos.

— El chico Ulrich miente, no intenté robarle, el viejo Max no es un ladrón.

—Cálmate, conocemos el humor del muchacho. Te hemos traído para que nos cuentes de nuevo esa historia del lobo.

— ¡Solo me creen los pequeños, pero es verdad! Yo vivía en una tranquila villa con mi esposa, una anciana siempre hablaba del Úlfhéðinn, "locuras", pensábamos. Contaba que cada cierto tiempo aparecía una luna asesina que lo convocaba; abandonaba su hibernación, cazaba pequeñas presas para fortalecerse, marcaba su territorio. Para el novilunio ya había recuperado el vigor, en el cuarto creciente ya estaban los habitantes de una región sentenciados y cuando se cumplía el tiempo de la luna, devoraba a todos los seres vivos del lugar. Con el sol desaparecía y no volvía a saberse de él.

— Leyendas.

— ¡No! Murieron campesinos, el ganado desapareció, llegó esa noche y... —comenzó a llorar— los destrozó, sólo yo sobreviví, abandoné a mi mujer, me escondí y cuando eso me encontró despuntaba el alba, me miró con desprecio y se marchó, no tuve valor ni de enterrar lo que quedaba de los cadáveres, ¡no juzguen al cobarde Max!

Temblaba. Lo sacaron de allí. Decidieron convocar un pleno.

— ...y ésta es la situación. El ser debe de estar acercándose. Por fortuna, los dioses han revelado cómo lograremos sobrevivir. Fabricaremos esos cristales de plata— expuso el alcalde.

Murmullos de temor inundaron la sala. Los hombres asentían, excepto los jefes de las familias  Ulrich, Nord y Sig,  que luchaban contra el oscurantismo.

— ¿Hemos de creer esos cuentos infantiles?

— ¿Dudáis de la palabra de la sibila?

— Si hay algo de cierto, mi familia no se quedará a esperar. Emigraremos— expuso Fred Nord.

—Sois libres de elegir, pero la profecía es clara. Los que se marchen no perdurarán. Tan solo la plata nos protegerá —el alcalde tragó saliva—.y no a todos. La capilla es pequeña. Kyrin no vio a algunos. Procederemos a decir los nombres. Y a vosotros, bravos guerreros, sabemos que os enviamos a la muerte. Pero es de valientes aceptar el destino.

 —Los Sig permaneceremos en casa, quedaos con nuestra plaza en ese ruinoso santuario—gritó con soberbia el jefe del clan.

—Los Ulrich cedemos también nuestros puestos. No nos dejamos influir por supersticiones y desvaríos.

— ¡No son desvaríos! —aulló Max, que se encontraba en un rincón —. Haced caso, no hay salvación, no sabéis a lo que os enfrentáis. ¡Nos arrancará las entrañas!

Un guardia se lo llevó. Los demás miembros siguieron opinando y, finalmente, se sometió a voto el plan revelado a la sibila. La mayoría lo aprobó. Las familias disidentes abandonaron la sala. Los Nord, además, abandonaron el pueblo pasados unos días.


El resto de la comunidad procedió a acumular la plata disponible: joyas, cuberterías, ornamentos y monedas. La alcaldía vació el tesoro. Fundieron el metal y Kyrin acompañó con sus rezos los denuedos del alquimista para conseguir la mezcla. No había suficiente, por ello marcharon a las aldeas aledañas a buscar más.

Así fue como descubrieron los cuerpos descuartizados de los Nord junto a otros restos humanos. Con espanto saquearon la plata que encontraron para poder regresar antes del anochecer. Tras ese informe toda persona capaz en el pueblo se puso a trabajar a destajo en las vidrieras, mezclando, cortando, estudiando cómo colocarlas. El viejo loco se ahorcó al escuchar lo ocurrido.

El alcalde envió a una tropa de exploradores. El joven soldado que en el sueño había abandonado la formación se presentó voluntario para la batida, decidido a recuperar un honor aún no perdido. No volvieron a saber de ellos.

Los habitantes se afanaron en montar los cristales sobre la fachada del santuario. El tiempo se agotaba. Los últimos fragmentos terminaron de fijarse a la torre cuando se hizo de noche y la luna culminó su ciclo. Ancianos, mujeres y niños entraron en el edificio mientras los hombres esperaban fuera armados, en un intento de liberar a futuras generaciones de la maldición. Kyrin también se quedó en la vía, era su deber. Las diferencias con la escena profetizada la inquietaban. Los Ulrich y los Sig cumplieron su palabra y se atrincheraron en sus hogares. Sin embargo, a escondidas, la matriarca Ulrich había acudido a ella con el hijo menor, suplicándole que lo llevara a sagrado.

A la sibila le inquietan esos cambios porque a los dioses no les agradan los entremetimientos humanos.

De repente se oyen los chillidos del ganado. El Úlfhéðinn aparece como en el sueño, babeando sangre y ponzoña. Gira con lentitud y entonces ataca a los soldados de la empalizada. La misma furia, el mismo resultado. Después de despedazarlos se vuelve hacia los que esperan. Todos huyen sin orden ni concierto, presos del pánico. El trayecto hacia la seguridad se vuelve interminable. La bestia los persigue. Kyrin corre por su vida cuando nota el golpe de una piedra. Cae llevándose la mano a la frente. Ve entre los hombres al chico Ulrich con el brazo aún extendido; sus labios forman la palabra bruja. A su espalda se mezclan los embates del monstruo contra los muros con los gritos de agonía de las víctimas. La sibila hace acopio de fuerzas y se pone en pie. Mareada, consigue recorrer lo que queda del sendero. La ayudan a entrar en la capilla. Cierran la puerta; en el interior se hacinan entre oraciones y jadeos. Mana sangre de la herida de Kyrin, la visión se le nubla.

Lo último que escucha antes de perder el sentido es un estruendo de cristales rotos.




Autora del texto y de las imágenes que lo acompañan: Vanessa Navarro Reverte.
Del texto: Copyright. Todos los derechos reservados.








4 comentarios:

  1. wow!!
    Me encantó!
    Lo prometido es deuda, y aquí estoy!
    Muy buen cuentito, me ha gustado mucho.

    Aun me pregunto cómo pudieron cambiar cosas de la profecía, pero me imagino que el albedrío humano es más fuerte que la red que tejen los dioses sobre ellos. El azar, el causante de toda conclusión final.

    Me gustó especialmente el monstruo. Muy bien descrito, lo he llegado a ver.

    Saludos!!
    XJPeake.

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  2. Muchas gracias,es un placer encontrarte por aquí.

    En cuanto a la profecía y a la red de los dioses, primero habría que preguntarse si existían esos dioses o si eran misericordiosos...jeje. De todos modos, está claro que los humanos labraron un camino distinto con sus decisiones.

    Me encanta que te guste la descripción del monstruo, quería que se viera como algo más allá del típico hombre lobo. Yo lo vi en sueños y escuché cómo se rompían esos cristales y de ahí nació la historia.

    Un abrazo

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  3. Mads, disculpa la tardanza, pero estuve un poquito ocupado… ;) Me gusta el dejo de futilidad contra el destino que emana de tus letras. También existe una fuerte corriente de desconfianza a las deidades, que quizá se rían con malicia en sus guaridas celestiales cuando observan cómo los mortales corren como hormigas, haciendo hasta lo imposible por salvarse, sin entender cómo el haz de luz concentrada de esa lupa divina calcina toda esperanza. Es un relato humanista, que hace meditar más que nada en las relaciones sociales, y hace al lector encontrarse en cada uno de los protagonistas: al final somos el león sin coraje, el espantapájaros sin mente, el hombre de hojalata sin alma, y nadie tiene zapatillas de esmeraldas…

    Gracias por haberme convidado esta lectura, que me deja con sueños en las cejas e ilusiones en los dedos. Espero, pues, que la sibila algún día me visite con sus visiones.

    Saludos afectuosos,
    D

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  4. ¡Y tan ocupado, has hecho un trabajo magnífico con la Antología de Prosadictos!jeje.
    Gracias a ti por leerlo y por dejar un comentario tan completo, en efecto, da la sensación de que los humanos son hormigas sin posibilidad alguna de cambio, aunque queda la duda de si fueron precisamente esas carreras las que provocaron el desastre.
    Yo aún tengo mis dudas...al fin y al cabo, la visión de la sibila se interrumpía cuando se atrancaba la puerta...
    Un abrazo,
    Vanessa

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