viernes, 12 de febrero de 2016

El lugar adecuado, el momento preciso 2



Aquí tenéis el final del relato. Espero que os guste.
 
2

 Soñó, soñaba, que visitaba un museo en el que solo se exponían dos cuadros: La hora del Angelus, de Jean François Millet, y La estación de Perpignan, de Dalí. Unos estudiantes de Bellas Artes la animaban a que posara para ellos. «Tiene usted la misma expresión que la mujer de estos cuadros», le decían. «Es por causa de la irregularidad del terreno; eso no es mero suelo, es tierra sobre una tumba, la tumba de un niño». Después el cuerpo de Ana se transformaba, se convertía en una mantis que devoraba a los estudiantes, los cuadros, el museo y el mundo de los cuerdos, dejando a su paso tinieblas líquidas.
     Ruidos y movimientos la llevaron de regreso a la realidad. Se había efectuado una parada, la correspondiente a Valencia; ahora tenía un compañero en el asiento contiguo. Era un hombre que le resultaba vagamente familiar. Cerró los ojos de nuevo. No pretendía entablar ninguna conversación. Ya no pudo volver a dormir. Aburrida, miró de reojo al reciente pasajero. La estaba observando. Se sintió incómoda, pero la curiosidad latía en el fondo.
    ¿No lo había visto ya antes?
 —Disculpe, ¿es usted Ana Mulero?
La pregunta, el tono de la voz, provocó una reacción en la memoria de la mujer.
—¿Álvaro Peña? —titubeó.
El hombre sonrió con confianza, más relajado.
—Vaya, entonces sí que eres Ana. —Ya se había pasado al tuteo—. Temía estar equivocado. Muchos años sin vernos. ¿Cómo te ha ido la vida?
«La vida va hacia su término», pensó. Sin embargo, contestó con una frase neutra. La coincidencia de encontrarse en el viaje definitivo con un viejo amor de adolescencia le pareció absurda, ridícula. Había sentido por el caballero una atracción platónica que no se culminó porque nunca fue recíproca. Por entonces ella era demasiado introvertida para llamar la atención de Álvaro, el compañero guapo y encantador en la Escuela de Idiomas. Aunque tenían amigos en común, no se atrevió a revelar sus sentimientos hasta una extraña noche de noviembre en la que ella se quedó con él incluso cuando sus íntimos ya se habían marchado; y luego él la acompañó a casa antes de tiempo y sin mucho interés porque la joven madrugaba al día siguiente; y después ella confesó, recibiendo el esperado no por respuesta. La negativa provocó que superara ciertos miedos irracionales y de esta manera creció como persona. Al poco, cada uno de ellos emprendió un camino distinto y ya no se volvieron a ver. Ahora se producía una intersección sin trascendencia en el lugar menos oportuno. Tras un breve intercambio de corteses líneas de diálogo ella volvió a encerrarse en su mutismo. El hombre leyó el periódico durante un rato. Cuando terminó lo dobló con cuidado y rostro pensativo. Se volvió hacia Ana.
—Lamento molestarte otra vez, pero me gustaría contarte algo que sucedió cuando éramos amigos en Alicante. En esos momentos lo callé; más tarde no tuve la oportunidad de decírtelo. Te debo una muestra de agradecimiento desde hace años y no soporto estar en deuda con nadie.
Ana arqueó las cejas.
—No te entiendo.
—Verás... ¿recuerdas la noche en que me dijiste que te gustaba?
Ana hizo una mueca sarcástica. No se podía creer lo que estaba escuchando. Álvaro prosiguió con cautela.
—No me interpretes mal. Tan solo lo pregunto porque fue esa la madrugada en la que me ayudaste. Cómo ibas a saberlo, claro. Me sorprendió que te quedaras con nosotros. ¿Recuerdas a Javier? —Ella asintió—. Estábamos esperando a otro amigo en un bar convenido, pero se retrasaba. Tú tenías que irte y te acompañé a disgusto, pues prefería seguir de fiesta. Además, fue una situación incómoda para ambos, te veía como a una hermana y me resultó algo inesperado. No supe reaccionar, lo reconozco. Llegué a mi casa enfadado; me había perdido unas buenas risas y alguna otra copa. El domingo por la tarde llamó el padre de Javier. Había tenido un accidente de coche junto al chico que esperábamos. Cuando los vi en el hospital sentí un terror que nunca antes había conocido. Javi sufrió problemas en las cervicales durante mucho tiempo y fue llevado a juicio debido a la tasa de alcoholemia. El otro, Domingo, aparte de los traumas físicos, pasó semanas con amnesia parcial y le asaltó una fobia a los automóviles que le impidió conducir durante dos años. Pero lo que me heló la sangre fueron las fotos, la parte derecha trasera del vehículo. Destrozada, aplastada. Aquel hubiera sido mi sitio, allí habría estado yo sentado. ¿Quién podría haber sobrevivido entre ese amasijo de hierros? La muerte me habría alcanzado en condiciones humillantes si tú no hubieras salido con nosotros, si no me hubieras forzado a pasar unos instantes violentos que me salvaron la vida. No tuve la oportunidad de agradecértelo después; me alegro de tenerla ahora. Así que gracias por haber estado en el lugar adecuado, en el momento preciso.
Le ofreció la mano. Ana se la estrechó en silencio, un silencio suspendido en el espacio, como un bálsamo.
El tren llegó a la última parada. Los viajeros se apearon y Ana y Álvaro se despidieron.
—De nuevo, encantado de volverte a ver. Quién sabe, quizás nos encontremos por la ciudad. El futuro es impredecible.
Una sonrisa ya olvidada iluminó el rostro de la mujer.
—Es impredecible, sí, es cierto.
Y lo decía con sinceridad.

Autora: Vanessa Navarro Reverte.


2 comentarios:

  1. Felicitaciones Vanesa, si me ha gustado, que no decaiga el ánimo por la escritura. Un abrazo.

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    Respuestas
    1. Muchas gracias, Tiguaz. Me alegro de que te haya gustado. Abrazos.

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