La noche se paseaba
con la túnica de gala
para cedernos su trono
y proclamarnos monarcas.
Y sus hijas, las estrellas,
hasta el alba recitaban
estrofas de dramas franceses,
su son nos acompañaba.
La luna acudía a veces
e iluminaba la sala.
Otras veces se escondía,
en tinieblas se escudaba
porque no era la más bella.
Tu resplandor envidiaba
porque tu luz era propia,
no espejo que reflejara.
El sol se movía inquieto
pues su hora no llegaba.
Si pensábamos reinar,
al día le preguntaba,
sobre la claridad diurna,
imperio que dominaba.
Celoso y enfurecido,
a veces tu piel quemaba.
Pero estaba tan distante,
a una altura tan alta,
que su lucha y su defensa
fueron baldías, vanas.
Ocupamos su castillo,
las torres, las almenaras
y cabalgamos desnudos
sobre su pira y sus llamas.
El sol nos retó en un duelo.
Con mi magia y con tu espada
lo volvimos nuestro esclavo,
niñera leal y anciana.
Lágrimas en la niebla,
recuerdos de porcelana.
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