domingo, 29 de julio de 2012

RESUMEN DE PUBLICACIONES DE JULIO DE VANESSA NAVARRO REVERTE

Este mes ha sido intenso en cuanto a actividad literaria.

POESÍA
A principios de mes, apareció el número 11 de la revista de creación artística Generación Espontánea, en la que se incluye uno de mis poemas, Método, pero en esta ocasión editado desde una perspectiva muy fresca y original, formato cartoon, con las magníficas ilustraciones de Chiara Cerri, una de las responsables de este proyecto junto a Víctor de las Heras. Mi agradecimiento desde aquí.

Os dejo el enlace para que podáis leerlo o descargarlo de forma gratuita. El número al completo es muy entretenido e interesante.


NARRATIVA
Por otro lado, como ya os adelantaba en una entrada anterior, he comenzado mi andadura en WATTPAD. En este caso las publicaciones se ceñirán a prosa.
Por ahora podéis encontrar las siguientes obras:

LA MIRADA OPUESTA : Recopilación de microrrelatos, algunos conocidos, otros inéditos hasta el momento y que se irá actualizando con nuevos cuentos.

EL TIEMPO DE LA LUNA : Versión completa, corregida, con galería de imágenes y relato spin-off incluidos.

Además, quería agradecer a todos los lectores el interés con el que fue recibido el relato El Tiempo de la Luna aquí en el blog. Las estadísticas me mostraron un gran número de lecturas, sin ninguna imagen común a través de la que se pueda llegar por casualidad, sino que todas las lecturas fueron buscadas. Me enviaron, además, varias opiniones por mail que me resultaron muy motivadoras, junto a críticas constructivas y, lo que más me emocionó, una frase que se repetía:

"Es demasiado corto. ¡Queremos más!".

Muchas gracias. De corazón. Espero seguir subiendo contenidos que os agraden y os sorprendan.







jueves, 12 de julio de 2012

CUESTIÓN DE HONOR





CUESTIÓN DE HONOR

 El orgullo y la preocupación se disputan la expresión del rostro de mi padre. Dos hermanas mayores, una casada y la otra devota custodia del hogar desde que mi madre falleció no son suficientes para compensar la posible pérdida de su único hijo varón. Pero el honor es esencial y el mío se vio mancillado hasta volverse barro y lodo cuando el alcalde nos reunió para exponernos la visión de la divina Kyrin.
 El más joven no resiste y abandona la posición.
 Yo soy el más joven de los guerreros y desde que esas palabras se pronunciaron todos me observan con desprecio. Saben que voy a traicionarlos cuando nos enfrentemos a la muerte de ojos de luna; saben que no mantendré mis juramentos.
 Temo perder la vida; temo al monstruo; solo un imbécil no sentiría pavor ante lo que se avecina. Pero el temor no me convierte en un cobarde, ni en alguien poco honorable.
 ¿Cómo defenderme de un acto que todavía no  he cometido?
                                                                        ***
 Después de que la comunidad se reuniera, el clan de los Nord decidió abandonar el pueblo. Lo lamenté por varios motivos. En primer lugar, por el sufrimiento de mi hermana soltera, enamorada en silencio del apuesto Mishael Nord. En segundo lugar, por mis propios sentimientos hacia Misha, mi amigo del alma.
 Los mejores recuerdos de niñez y adolescencia se hayan unidos a él. Las risas, las peleas, las competiciones por ver quién era el más rápido de los dos, los juegos inocentes, los juegos ya no tan inocentes en rincones discretos, los secretos...
 Mas todo ello ha de subyugarse al deber para con la familia y, por tanto, Mishael partió junto a los suyos cuando el jefe Frederick así lo dispuso.
 Pasado un tiempo, los soldados que habían marchado en busca de plata y ayuda regresaron armados de un silencio sepulcral y de malas venturas.
 Habían hallado los cadáveres de todo el clan de los Nord.
 Radiante Misha, ¿qué ha sido de tu belleza, qué de tu valor, quién o qué ha osado arrebatártelos?
 Mi hermana creyó morir de dolor, pero lo que ella sentía no podía compararse a mi propia agonía.
 He de vengar tu asesinato. He de recuperar mi honor.
                                                                         ***
 El alcalde busca aún evitar la tragedia adelantándose a su clímax. Ha decidido enviar una parte de la tropa a explorar los alrededores, a la caza de la bestia. Me presento voluntario, ante la incredulidad de muchos. Los notables aceptan el ofrecimiento.
 Cuando se lo comunico a mi padre, distintas emociones pasean por su faz hasta que me da su bendición.
 —Muéstrate digno del nombre de tu clan —Es lo único que arguye mientras me hace entrega de su mejor espada, un arma corta, manejable y de hoja mortalmente afilada.
 El día de la partida me cruzo con la sibila.
 —Los dioses no dispusieron que te unieras a las batidas —dice con su voz de tañido.
 —Y, sin embargo, son los mismos dioses que nos enseñaron el libre albedrío, respetada Kyrin —respondo.
 No insiste, pero sus iris se nublan con  las sombras de lugares desconocidos para los mortales. Me giro, no puedo sostener esa mirada. Algo avergonzado, acompaño a los exploradores. Las gentes que no están trabajando en las vidrieras en ese momento se acercan a la empalizada para despedirnos.
                                                                     ***
 La primera jornada discurre sin novedades. Hemos atravesado los campos para adentrarnos en el bosque, buscando la guarida del engendro. Aunque demoníaco, es un animal, ha de dormir o tener un refugio. Un olor a podredumbre y a vísceras nos acompaña, pero nuestros reconocimientos de la zona son vanos. Acampamos y nos distribuimos las guardias.
 El segundo día llegamos a la aldea de LeechVillage. La palabra devastación no basta para explicar lo que allí observamos, consecuencia de una furia que no perdona ni a culpables ni a inocentes. Disimulamos nuestra repugnancia ante el grotesco espectáculo y escondemos las lágrimas que pugnan por anegarnos. Atesoramos la rabia, la amasamos en la artesa del coraje.   Encontramos un rastro de sangre fresca; seguimos la pista. Quizás lo logremos.
 El tercer amanecer nos saluda con aullidos cercanos. Nos levantamos con urgencia, empacamos las frugales provisiones y corremos hacia los espeluznantes sonidos. Tras una larga marcha ausente de descanso y de palabras, llegamos a la vereda del Turbulento. Sin embargo, más allá de huesos y trozos de lo que debió ser carne de res y de alimañas, no encontramos nada. Decidimos seguir el margen del río.
 Horas después alcanzamos a ver unas hendiduras que bien podrían ser cuevas. El hedor a carroña es más fuerte. En una de las cuevas encontramos restos humanos junto a un primitivo jergón. Este ha de ser su escondite. Prendemos fuego, montamos trampas de cazadores y nos escondemos con las armas en posición de ataque y la tensión en la nuca. La hoguera arde y los leños chisporrotean, llamando a la noche que ya se abalanza sobre nosotros y, con ella, una luna creciente que parece vanagloriarse de su poder.
 Se escuchan gruñidos y babeos. Estoy temblando, las palmas de las manos me sudan, los ojos me escuecen por el humo, la coraza me pesa, las rodillas me duelen . Querido Misha, dame fuerzas.
 La silueta de algo semejante a un lobo se recorta contra las llamas. En el centro de esas tinieblas destellan chispas plateadas que prometen horrores. Resopla, se remueve, olfatea el aire. Anda unos metros y cae en uno de los cepos. Aúlla de dolor. 
 Nos lanzamos hacia él gritando hasta el límite de nuestras gargantas, como si así pudiéramos alejar el espanto. En el fragor del asalto percibo algo que hace que se paralice el latido de mi corazón.
 Es imposible, pero escucho una risa cargada de una malevolencia que no es de este mundo.
 El Úlfhéðinn estaba fingiendo. Está libre. Contraataca.
 Escucho la risa de nuevo, reverbera a través del fuego, del bosque, del río, de la luna, de las espadas rotas, de los escudos partidos, de los aullidos. Nosotros caemos y el Úlfhéðinn ríe.
 Mientras las garras destrozan armaduras y las fauces arrancan músculos y tendones, mis pensamientos vuelan hacia los delicados gestos de Mishael...
 El honor es esencial.
 Y mi propia espada, su último beso.


Autora del texto y la imagen: Vanessa Navarro Reverte
Del texto: Copyright. Todos los derechos reservados.

Spin-off de El Tiempo de la Luna



martes, 3 de julio de 2012

EL TIEMPO DE LA LUNA




El plenilunio marcó el comienzo de la cuenta atrás para el pueblo; hasta entonces, solo los niños habían creído las historias del loco Max. Esa noche, sin embargo, la sibila tuvo la visión.

Nacida con el don de la presciencia, Kyrin era considerada una deidad. Su voz predecía la lluvia, la sequía, la hambruna, la época fértil. Con los años se había convertido en la única persona imprescindible para la comunidad. Los integrantes del Concilio cambiaban, pero ella permanecía. Nunca había errado una profecía, jamás los dioses habían jugado con su entendimiento. Por ello, cuando les expuso el sueño, los gobernantes se estremecieron.

Es noche cerrada, mas no reinan las tinieblas. Una luz antinatural nos envuelve. Hay muros que semejan hematites al reflejarla. En los establos los caballos relinchan y piafan, inquietos. Algunas casas están cerradas con tablones y cerrojos improvisados en ventanas y puertas. Sé que hay familias dentro, en silencio. No obstante, la mayoría de los habitantes del pueblo nos encontramos en la vía principal, agrupados y dispuestos a huir presurosos hacia la capilla de la falda de la colina. Al otro extremo, en la empalizada, los guerreros que han sobrevivido a las batidas se encuentran armados y en formación. También el alcalde y sus notables se hallan al raso. Nadie duerme. Todos esperan. La claridad se intensifica, helada como el corazón de la luna que la pare. Como los ojos del monstruo.
El tiempo ha perdido su significado. Pueden haber pasado minutos u horas. Pero nadie duerme. Y todos esperan.
Entonces se oyen chillidos; provienen del ganado que se encuentra en los pastos circundantes. Los alaridos se vuelven casi humanos y nos despiertan de nuestro estupor. Por encima de la matanza se escucha un rugido que llena la vía de expresiones aterrorizadas. Es el sonido que debe escucharse al cruzar el umbral del infierno.
Los guerreros se preparan; los demás retrocedemos.
Por qué nunca escuchamos al pobre loco...
La criatura que se para en la zona exterior de la empalizada pertenece a la esencia de las pesadillas.
Recuerda a un lobo, pero su cuerpo es más corpulento, oscuro como las sombras. Llamas argénteas ocupan las cuencas de los ojos. Las fauces son descomunales y todos sus dientes- más que los que cualquier criatura creada por los dioses debería tener- son colmillos. Su lengua supura ácido y espuma. Contemplarlo es suficiente para abjurar de la bondad de la naturaleza.  Los demás no logran verlo. Yo sí. Los soldados también. Uno reza. Otro maldice. Otro se orina. El más joven no resiste y abandona la posición. El engendro gira pesadamente en un círculo de polvo. No existen palabras para describir sus garras.
Max lo llamaba el Úlfhéðinn, el que devora hasta que termina el tiempo de su luna.
La bestia ataca.
Nuestros hombres se defienden con inútil bravura. Los mata uno por uno. Hay sangre por todos lados, miembros cercenados, cabezas separadas del tronco, tripas fuera de los cuerpos. Después de destrozarlos, se alimenta de los despojos. Jamás olvidaré sus gritos. Lloro. A mi lado se desmaya una mujer.
Termina el festín. Nos mira desde profundidades cósmicas. Avanza lentamente hacia nosotros.
Corremos despavoridos hacia la colina, tropezando unos con otros, sin respetar el plan de huída.
Mientras huyo, sé lo que está ocurriendo. Es mi don, mi maldición. El Úlfhéðinn, sin un rasguño que denote la lucha anterior, embiste las fachadas de las casas, vírgenes temblorosas. Derrumba paredes a su paso, no lo detiene ni la madera ni la piedra. Los que allí se guarecían intentan escapar, mas son cazados. La carnicería continúa.
Los demás ya estamos en sagrado. La capilla es el edificio que multiplica la luz; todo su exterior está cubierto con vidrieras cortadas con torpeza, desde los cimientos hasta la torre. Cristales fabricados de una aleación de plata.
En el momento en que atrancamos la puerta y sentimos la proximidad del demonio sabemos que esos cristales son nuestra única salvación...



Cuando terminó la sibila, el Concilio se apresuró a debatir soluciones. Hicieron venir al loco, vestido con harapos y cargado de sus inseparables saquillos atados a los calzones. Paseó la mirada con inquietud, retorciendo las manos.

— El chico Ulrich miente, no intenté robarle, el viejo Max no es un ladrón.

—Cálmate, conocemos el humor del muchacho. Te hemos traído para que nos cuentes de nuevo esa historia del lobo.

— ¡Solo me creen los pequeños, pero es verdad! Yo vivía en una tranquila villa con mi esposa, una anciana siempre hablaba del Úlfhéðinn, "locuras", pensábamos. Contaba que cada cierto tiempo aparecía una luna asesina que lo convocaba; abandonaba su hibernación, cazaba pequeñas presas para fortalecerse, marcaba su territorio. Para el novilunio ya había recuperado el vigor, en el cuarto creciente ya estaban los habitantes de una región sentenciados y cuando se cumplía el tiempo de la luna, devoraba a todos los seres vivos del lugar. Con el sol desaparecía y no volvía a saberse de él.

— Leyendas.

— ¡No! Murieron campesinos, el ganado desapareció, llegó esa noche y... —comenzó a llorar— los destrozó, sólo yo sobreviví, abandoné a mi mujer, me escondí y cuando eso me encontró despuntaba el alba, me miró con desprecio y se marchó, no tuve valor ni de enterrar lo que quedaba de los cadáveres, ¡no juzguen al cobarde Max!

Temblaba. Lo sacaron de allí. Decidieron convocar un pleno.

— ...y ésta es la situación. El ser debe de estar acercándose. Por fortuna, los dioses han revelado cómo lograremos sobrevivir. Fabricaremos esos cristales de plata— expuso el alcalde.

Murmullos de temor inundaron la sala. Los hombres asentían, excepto los jefes de las familias  Ulrich, Nord y Sig,  que luchaban contra el oscurantismo.

— ¿Hemos de creer esos cuentos infantiles?

— ¿Dudáis de la palabra de la sibila?

— Si hay algo de cierto, mi familia no se quedará a esperar. Emigraremos— expuso Fred Nord.

—Sois libres de elegir, pero la profecía es clara. Los que se marchen no perdurarán. Tan solo la plata nos protegerá —el alcalde tragó saliva—.y no a todos. La capilla es pequeña. Kyrin no vio a algunos. Procederemos a decir los nombres. Y a vosotros, bravos guerreros, sabemos que os enviamos a la muerte. Pero es de valientes aceptar el destino.

 —Los Sig permaneceremos en casa, quedaos con nuestra plaza en ese ruinoso santuario—gritó con soberbia el jefe del clan.

—Los Ulrich cedemos también nuestros puestos. No nos dejamos influir por supersticiones y desvaríos.

— ¡No son desvaríos! —aulló Max, que se encontraba en un rincón —. Haced caso, no hay salvación, no sabéis a lo que os enfrentáis. ¡Nos arrancará las entrañas!

Un guardia se lo llevó. Los demás miembros siguieron opinando y, finalmente, se sometió a voto el plan revelado a la sibila. La mayoría lo aprobó. Las familias disidentes abandonaron la sala. Los Nord, además, abandonaron el pueblo pasados unos días.


El resto de la comunidad procedió a acumular la plata disponible: joyas, cuberterías, ornamentos y monedas. La alcaldía vació el tesoro. Fundieron el metal y Kyrin acompañó con sus rezos los denuedos del alquimista para conseguir la mezcla. No había suficiente, por ello marcharon a las aldeas aledañas a buscar más.

Así fue como descubrieron los cuerpos descuartizados de los Nord junto a otros restos humanos. Con espanto saquearon la plata que encontraron para poder regresar antes del anochecer. Tras ese informe toda persona capaz en el pueblo se puso a trabajar a destajo en las vidrieras, mezclando, cortando, estudiando cómo colocarlas. El viejo loco se ahorcó al escuchar lo ocurrido.

El alcalde envió a una tropa de exploradores. El joven soldado que en el sueño había abandonado la formación se presentó voluntario para la batida, decidido a recuperar un honor aún no perdido. No volvieron a saber de ellos.

Los habitantes se afanaron en montar los cristales sobre la fachada del santuario. El tiempo se agotaba. Los últimos fragmentos terminaron de fijarse a la torre cuando se hizo de noche y la luna culminó su ciclo. Ancianos, mujeres y niños entraron en el edificio mientras los hombres esperaban fuera armados, en un intento de liberar a futuras generaciones de la maldición. Kyrin también se quedó en la vía, era su deber. Las diferencias con la escena profetizada la inquietaban. Los Ulrich y los Sig cumplieron su palabra y se atrincheraron en sus hogares. Sin embargo, a escondidas, la matriarca Ulrich había acudido a ella con el hijo menor, suplicándole que lo llevara a sagrado.

A la sibila le inquietan esos cambios porque a los dioses no les agradan los entremetimientos humanos.

De repente se oyen los chillidos del ganado. El Úlfhéðinn aparece como en el sueño, babeando sangre y ponzoña. Gira con lentitud y entonces ataca a los soldados de la empalizada. La misma furia, el mismo resultado. Después de despedazarlos se vuelve hacia los que esperan. Todos huyen sin orden ni concierto, presos del pánico. El trayecto hacia la seguridad se vuelve interminable. La bestia los persigue. Kyrin corre por su vida cuando nota el golpe de una piedra. Cae llevándose la mano a la frente. Ve entre los hombres al chico Ulrich con el brazo aún extendido; sus labios forman la palabra bruja. A su espalda se mezclan los embates del monstruo contra los muros con los gritos de agonía de las víctimas. La sibila hace acopio de fuerzas y se pone en pie. Mareada, consigue recorrer lo que queda del sendero. La ayudan a entrar en la capilla. Cierran la puerta; en el interior se hacinan entre oraciones y jadeos. Mana sangre de la herida de Kyrin, la visión se le nubla.

Lo último que escucha antes de perder el sentido es un estruendo de cristales rotos.




Autora del texto y de las imágenes que lo acompañan: Vanessa Navarro Reverte.
Del texto: Copyright. Todos los derechos reservados.